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Antecedentes históricos de la Pedagogía Waldorf

 

El fundador de la Pedagogía Waldorf, Rudolf Steiner, nació en Kraljevic (en territorio de la actual Croacia) en 1861. Estudió ciencias naturales y matemática en la universidad de Viena, donde también profundizó en temas político-sociales y realizó estudios literarios y filosóficos. Fue editor del primer volumen de las obras científicas completas de Goethe, y autor de su prólogo. Su interés en el tema lo llevó a profundizar y ampliar el estudio.

Goethe, como investigador, había logrado trascender en su estudio de la botánica lo meramente físico, para acceder al conocimiento de las fuerzas vitales que configuran lo que denominó la “planta arquetípica”, desarrollando la idea de la metamorfosis, es decir, las leyes básicas que impulsan el proceso de crecimiento mediante una constante modificación morfológica. En sus investigaciones comprobó que, en la diversidad de los organismos impera un principio que los configura. Con ello trascendió la mera observación de los fenómenos universales desde la dualidad yo-mundo, alcanzando una comprensión que funde, en una unidad vivencial, al investigador con los procesos estudiados. Steiner retomó este trabajo, lo profundizó y lo amplió a todos los reinos de la naturaleza, incluyendo al ser humano.

La culminación de su investigación en el campo de las ciencias y de la filosofía es la fundación de la Antroposofía, que él define como un camino del conocimiento capaz de dar respuestas rigurosas y comprobables a todos los campos que atañen al hombre y al mundo relacionado con él. La antroposofía entiende al ser humano como un microcosmos en el cual vibran y laten los procesos del universo, una unidad con tres dimensiones:  una entidad psico-físico-espiritual.

Steiner se abocó también al estudio de la problemática social y, tras el derrumbe de las formas sociales existentes durante el caos social y económico que siguió a la Primera Guerra Mundial, aportó nuevas perspectivas para el desarrollo social, impulsando la idea de la “Triformación del Organismo Social”, que revaloriza los postulados de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Steiner concibió estos principios como las máximas directrices de las tres esferas que componen el organismo social: concibió la libertad como el principio básico que debe regir la vida cultural-espiritual; la igualdad, como el pilar fundamental de la esfera político-legal; y la fraternidad, como el sustento imprescindible de la actividad económica. La primera escuela Waldorf surgió directamente de este impulso social.

Como activo participante del movimiento por la triformación del organismo social, Emil Molt, director de la fábrica de cigarrillos Waldorf/Astoria de  Stuttgart, Alemania, organizó conferencias para los trabajadores de su fábrica sobre temas sociales y educativos. Como consecuencia de ellas, surgió entre los obreros el deseo de brindar a sus hijos una mejor educación. Emil Molt quiso entonces poner en práctica al menos uno de los aspectos de la trimembración social y recurrió a Rudolf Steiner para que organizara, según su concepción socio-antropológica, una escuela para los hijos de los trabajadores de la fábrica. Steiner accedió pero con cuatro condiciones, todas las cuales iban en contra de lo que se acostumbraba en la época:

 

 - Que la escuela estuviera abierta a todos los niños,

 - Que fuera para ambos sexos,

 - Que comprendiera hasta el 12º grado,

 - Que quienes están en verdadero contacto con los niños, es decir, los maestros, tuvieran la conducción de la escuela, con la menor interferencia posible por parte del estado o de las fuentes económicas.

 

Las condiciones impuestas por Steiner eran revolucionarias para la época, pero Molt accedió a ellas y el 7 de septiembre de 1919 abrió sus puertas la Escuela Waldorf Independiente (Die Freie Waldorfschule). Surgía, así, la Pedagogía Waldorf que sustentaba por un lado el principio de libertad para la educación como actividad de la esfera cultural-espiritual, y por otro una concepción del ser humano como entidad psico-físico-espiritual.

Una pedagogía que apunta a desarrollar en el niño las bases para un pensamiento claro y preciso que tienda a la libertad, sentimientos auténticos que respeten a los demás en un marco de igualdad de derechos y obligaciones, y una voluntad vigorosa capaz de sustentar responsablemente en la adultez la fraternidad en la vida económica.

            A partir de entonces, el movimiento educativo Waldorf se extendió por Alemania y otros países. En la década del 30 fue prohibido en Alemania por el régimen Nazi. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la escuela de Stuttgart reabrió sus puertas y se registró una proliferación de escuelas de ese tipo en todo el mundo.

Concepción del ser humano

 

 

La pedagogía Waldorf concibe al hombre como una unidad indisoluble físico-anímico-espiritual y basa sobre esta concepción todo el quehacer educativo.           

            Considera a lo anímico-espiritual como la esencia individual única e irrepetible de cada ser humano, y al cuerpo físico como su imagen e instrumento. Parte de la hipótesis de que el ser humano no está determinado exclusivamente por la herencia y el entorno, sino además, por la respuesta que desde su interior es capaz de realizar en forma única y personal respecto de las impresiones que recibe. 

            Desde una visión antropológica, la pedagogía Waldorf explica y fundamenta el desarrollo de los seres humanos según características generales cognitivo-evolutivas que conforman etapas de aproximadamente siete años. Si se observa el desarrollo físico del niño, se puede ver que el mismo no es lineal, ya que cada fase va acompañada de sus propias características y crisis. Se advierte también que hay dos sucesos que marcan una división: el cambio de dientes y la pubertad. Estos acontecimientos determinan tres etapas marcadas en el desarrollo del niño, que en la pedagogía Waldorf se denominan septenios, y que tienen, a su vez, sus propias fases internas.

            Primer septenio: desde el nacimiento hasta el cambio de dientes

            Segundo septenio: desde el cambio de dientes hasta la pubertad

            Tercer septenio: desde la pubertad hasta la mayoría de edad (21 años aproximadamente).

            Cada septenio presenta momentos claramente diferenciables en el desarrollo del pensar (o de la conciencia), del sentir y de la voluntad, que determinan el surgimiento de intereses y necesidades concretas, y una forma particular de percibir al mundo y conectarse con él. Estas distintas etapas tienen relación con el desarrollo e interacción de tres sistemas que Steiner describió en el organismo humano. Cada uno de estos sistemas, a su vez, está relacionado con una de tres facultades: el hacer (voluntad), el sentir y el pensar. El sistema metabólico y de las extremidades es vehículo de la voluntad: cada movimiento es expresión física de la voluntad. El sistema rítmico –respiración y circulación- es vehículo del sentimiento: es fácil ver como las emociones alteran el pulso y la respiración. El sistema nervioso y de los sentidos, tiene su centro en la cabeza (cerebro) y es el vehículo del pensar. Un ser humano saludable es aquel en el que los tres sistemas funcionan armónicamente, como una totalidad. Sólo hay salud cuando ninguno de estos tres sistemas suprime permanentemente a los demás.

            Como se expresa más arriba, existe una relación secuencial de estos tres sistemas con las tres etapas de desarrollo del niño. Antes del cambio de dientes el niño vive principalmente en el movimiento. Incluso sus sentidos, su lenguaje y su pensamiento están relacionados con el movimiento y, en consecuencia, con el cuerpo. Es bien notable como el niño tiene el impulso de responder a todo lo que ve y oye con movimientos propios. La percepción desencadena inmediatamente la actividad volitiva de las extremidades. Así es como aprende a hablar y comienza a jugar. El movimiento interno y el externo están aún indiferenciados.

            Con el cambio de dientes, el movimiento interno comienza a independizarse del externo. Comienza a formarse un espacio de vivencia interior, que indica que el sistema rítmico se está emancipando del sistema de las extremidades. Es la edad en que también comienza a establecerse el ritmo armónico entre respiración y pulso (1:4).

            Por último, al alcanzar la pubertad, el pensar comienza a afirmar su independencia. Se despierta la facultad crítica, la voz se profundiza, las extremidades se ponen pesadas.

            Por supuesto, este esquema no es rígido y hay muchas transiciones, además de variaciones individuales. Pero se puede afirmar que los niños “despiertan” primero en sus extremidades, luego en el sistema medio ligado a las emociones y experiencias, y, por último, en su cabeza, donde reside el pensamiento crítico.

Es interesante observar, además, como el ser humano individual refleja en su desarrollo el desarrollo de la humanidad. En los dos primeros septenios y parte del tercero (hasta alrededor de los 16 años), la evolución de la conciencia individual reconstruye la evolución que la humanidad entera fue realizando a través de la historia, es decir que  el ser humano individual conquista paulatinamente el nivel de conciencia adquirido por la humanidad. Esto se muestra, en el gráfico correspondiente, a través de una línea curva parabólica que traza el camino desde la conciencia grupal hacia la individuación, y, a partir de la crisis de la pubertad, hacia la autonomía personal y la conciencia individual.

 

La acción pedagógica debe basarse en el conocimiento exhaustivo de las características evolutivas de cada etapa y en una cuidadosa y objetiva observación de cada niño en particular. De ese modo podrá responder a los intereses y necesidades concretas del niño, abordando la enseñanza según la particular percepción que él tiene del mundo en las diferentes etapas de su desarrollo. De este modo el aprendizaje adquiere verdadero significado. En otras palabras, cuando el niño puede relacionar lo que aprende con sus propias necesidades y vivencias internas, se llena de interés y de vida, y lo así aprendido se convierte en algo que le es propio; el aprendizaje se vuelve significativo. La educación así entendida trasciende la mera transmisión de conocimientos y se convierte en sustento del desarrollo integral del educando.

 

            En consonancia con lo arriba expuesto, el currículo de la escuela Waldorf presenta los contenidos organizados en el tiempo y en el ritmo que se consideran adecuados a la situación evolutiva específica, y puede ser visto como una espiral ascendente. A medida que los niños maduran, abordan cada materia desde un nivel distinto de experiencia, según su particular manera de sentir al mundo y relacionarse con él. Es como si cada año, en cada materia, llegaran hasta una ventana en la espiral ascendente desde donde mirar al mundo desde una nueva perspectiva. Pero la integración no se da sólo verticalmente de un año al otro. También hay una integración horizontal que permite al niño poner en juego la gama completa de sus capacidades en cada etapa de su desarrollo, cultivando no sólo su intelecto, sino también su sensibilidad y su capacidad volitiva. El arte, la música, las actividades manuales y físicas, los valores morales y espirituales, tienen tanta importancia como la ciencia dentro del currículo Waldorf.

            También se le asigna gran importancia al cultivo del sentimiento de asombro y admiración ante el mundo que posee el niño. Rudolf Steiner veía en él la base para el desarrollo de un sentimiento religioso. La escuela Waldorf no responde a ninguna religión institucionalizada, pero sí aspira a cultivar ese sentimiento de asombro y admiración para desarrollar un sentido de la trascendencia del hombre y de la vida y una visión espiritual del mundo.

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